La exaltación del “yo” en esta era es directamente
proporcional a la degradación del Ambiente. Este “yo”, no es una simple
manifestación de una justa valoración que se hace el hombre en consideración a
su condición humana, más allá de una dignificación, es un bizarrismo de lo que debe ser su auto-amor. Sin embargo, es un amor
fuerte el que se auto-manifiesta, fundamentado en un egocentrismo y un
narcisismo creado por la naturaleza social en la que está inmerso. Naturaleza
que no es muy natural, pero que es la condición que lo rodea desde su
nacimiento. Especialmente el hombre joven y adolescente es el más vulnerado por
la enfermedad del “yo”. Ahora bien, ¿puede esa profunda patología narcisista
dar cancha a ese adolescente y joven para que done un poco de sus reservas de
amor a su principal fuente de insumos: el ambiente? No es fácil, más cuando se
comprende que sus motivaciones y pensamientos están orientadas por una
alienación programada. Quizás toda alienación sea programada; el asunto es que él
consume lo indispensable y no indispensable para mantener su imagen, la cual es un indicador primario
de la aceptación que necesita, la
necesita porque no comprende que debe aceptarse a sí mismo desde su más desnuda
humanidad. El amor al ambiente no genera en él claras percepciones de
aceptación; he allí el eje de su inconformidad. No le da insumos que alimenten
su amor a sí-mismo, por lo tanto no le interesa el ambiente, y en última
instancia sólo compartirá su amor con el ambiente cuando sea obligado a hacerlo.
Debe entender que su imagen no determina lo-que-es, y que lo-que-es realmente,
está directamente asociado a la vida del planeta, entendida ésta como
componente material de su espiritualidad. No lo puede entender debido a su
alienación programada. Y así como en una guerrilla es necesario el ataque en
dos frentes, el intelectual y el físico, así a este sujeto programado para amarse sólo a él mismo hay que atacarlo y a
la vez dotarlo de herramientas. Se ataca con mensajes coherentes que contengan
un discurso claro, en todos lados y principalmente modelado por el ser-liberado, ese que asume la tarea de evangelista comunicacional. El otro
frente es el de la dotación. De nada
sirve avanzar en la predicación del amor al ambiente si no se dan herramientas,
métodos y pensamientos organizados al que se va liberando. Él necesita un
esquema flexible de cómo se debe construir el amor al ambiente. El corazón de ese
esquema debemos facilitarlo, mas no monopolizar su diseño. Es flexible debido a
las cosmovisiones propias del ser-alienado, el cual debe despegar hacia una
acción dialéctica, práxica. En pocas palabras, debe aprender a pensar. Así se
deshará de los grilletes del egoísmo, e iniciará su transitar del “yo”, al de “nosotros”;
nosotros, somos: el ambiente, el
otro, y yo. Esto no se trata de guindarse una de las etiquetas en uso:
ecologista, conservacionista, ambientalista, vegetarianista, rasta, hippie,
etc., es más bien un estilo de vida que no
empuje al ser-alienado hacia el
barranco del martirio, porque no necesitamos ni mártires, ni héroes, sino
vencedores. Una victoria aquí se traduce en la consistencia, en la expresión y
proposición, esas que nos llevan a accionar, y si se debe reaccionar primero,
se hará, pero no se aceptará luego de una reacción otra más, sino más bien será
un impulso para que quien estuviera alienado y atado a la reacción ahora pro-accione
y sea motor de cambios sociales, culturales, ambientales. Que forme parte de
los ritmos que otros desconocidos están armonizando, o sea, que sea parte de un
movimiento que más allá de estar disgregado esté entretejido en la
invisibilidad de un sentir que busca espontánea, consciente y mancomunadamente
generar una transformación radical en las relaciones humanas, y en las
relaciones del ser humano con el ambiente.
Daniel T.
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